Jesús Orta Ruiz nació el 30 de septiembre de 1922, en la periferia rústica de la Ciudad de La Habana, en el seno de una familia campesina conservadora de las tradiciones y el folclor de origen español en los campos de Cuba. De ahí que el punto de partida de su vocación poética, manifiesta precozmente, no podía ser otro que la décima, folclorizada en el canto de nuestros labradores. Desde los nueve años de edad la improvisaba. Ya en su adolescencia comenzó a conquistar una popularidad que ha culminado en legendaria, que lo identifica más con el seudónimo de Indio Naborí, sobrenombre que recuerda al aborigen que laboraba la tierra en oposición a los cantores populares que en aquella época se autollamaban caciques. Pero no conforme con ese don dado por la naturaleza y la ecología social en que nació y creció, desarrolló en él la obsesiva pasión por la lectura de la poesía y los ensayos y técnicas de la misma, actividad que lo llevó al enriquecimiento de la espinela, convertida ya en un signo de la identidad nacional cubana. La crítica literaria no demoró en reconocerle el mérito de haber logrado la fusión de lo popular y lo culto, situándolo en el neopopularismo de la Generación del 27.
Ahora bien, el poeta de tan humilde origen no tardó en ensanchar el horizonte de su poesía con el ejercicio de las más variadas formas clásicas e incluso el versolibrismo, porque, como ha dicho Martí, cada emoción trae su métrica. Por estos medios su poética se nos da en tres vertientes: campesina, social y autobiográfica, la cual ha sido objeto de autorizados reconocimientos.
Décimas para la historia.
La Controversia del siglo en verso improvisado.
[TEMA: El amor,Teatro Casino Español de San Antonio de los Baños,La Habana, 15 de junio de 1955].
Amor es el Todo: es
el cuerpo eterno de un dios
que quiso partirse en dos
para juntarse después.
Donde una pareja ves
fundiendo sus voluntades,
no veas dos unidades
juntas por afinidad,
sino una sola unidad
uniendo sus dos mitades.
Amor no es pedir: es dar
la casa, el lecho, la mesa...
Es –según Santa Teresa–
la alegría de alegrar...
Ser feliz al escuchar
la risa de los felices,
ver los humanos deslices
con el perdón más profundo,
¡sentir que el tronco del mundo
tiene en nosotros raíces!
Para que con nuestra huella
se torne cristal el lodo,
hay que amar: amarlo todo,
desde el insecto a la estrella.
La fulminante centella
se hará un suave resplandor;
la espina se hará una flor,
el erial se hará una huerta,
cuando no quede una puerta
cerrada para el amor.
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